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EL PAÍS DE LOS PRACTICANTES DE LA MÚSICA

EL PAÍS DE LOS PRACTICANTES DE LA MÚSICA

Con el permiso de su creadora dejo aquí estas bellas palabras, más info en: http://newtaos.wordpress.com

Cuando era más joven, creía que el hecho de ser músico, me convertía en una especie de ser diferenciado, y que formaba parte de un “clan” donde otros similares devotos, afinaban en mi carácter, mis ideales y mis objetivos. Y que cualquier discusión relacional con tales semejantes se resolvía bajo el paraguas del amor hacia la música, pero sobretodo, bajo los valores que ésta nos ofrecía.

 

Más allá de mi aprendizaje teórico, aprendí a no dejar de ejercitar los oídos hacia la obertura y la comprensión -ejercicio vital también para ser persona- aprendí y aprendo a abrir el alma ante los misterios de lo indescriptible o a abnegarme ante acordes aún sin nombre, impronunciables en el método tradicional que nos subyuga. Este ejercicio místico (y digo sin complejo alguno), creía propio de cualquier músico. Unos valores, que me hicieron creer, que en mi gremio, a todos nos movían las mismas cosas.

 

Cuando visitamos una ciudad desconocida, es costumbre pasear primero por las grandes avenidas, los sitios conocidos, las calles sobre las que ejercemos cierto control, retratadas por esa “normalidad” asumida en la que nos dictan que estamos seguros. Siento, que hasta ahora, mi paseo por el “país de los practicantes musicales” apenas ha excedido de una visita típicamente turística. Exceptuando, ciertos callejones, transitados por muy pocos; extraños e inusuales pocos, que de tan inusuales y extraños, se nos antojan a la desconfianza. Que de tan incomprensibles y desconocidos, nos arrebata el miedo disimulado, aquellos, que al intuir mínimamente su gran sabiduría, nos descubre la insoportable sensación de la levedad de nuestro ser.

 

Pero volviendo al paseo turístico. Llevo unos días, que por fuerzas de causa mayor, he paseado excesivamente por las avenidas concurridas del “país de los practicantes de música”, entre la inercia de las ovejas, ensordecida de un balar egocéntrico sin fin, ni dirección. Un golpe de realidad, donde siento el abandono total de aquella creencia juvenil. No. Los músicos no somos iguales. No nos mueven los mismos valores. No sentimos La Música de la misma manera. Básicamente, y como denominador común, he descubierto, que existe una falta de respeto total hacia ella. Priman las apariencias, el poder, el estatus, y la vanal necesidad de crearse algo en las entrañas, que justifique la reverencialidad que el ser no-querido que llevamos dentro, anhela vehementemente. Un anhelo vitalicio, para nuestra desgracia.

Duele. Duele saber, que ya desde tiempos de Aristóteles, se le concedía a La Música, un poder ético, indispensable para nuestra formación desde la infancia. Que los griegos desarrollaron el misterio de las melodías y los modos, bajo el respeto indiscutible, del poder anímico y espiritual de La Música. Cómo imaginarme los días, meses y años, que Pitágoras dedicó a escudriñar los enigmas de tal poder, y cómo partiendo de sus conocimientos matemáticos, concluyó la naturaleza de lo que conocemos hoy como armonía y la afinación de la escala musical.  Mucho antes, Confucio concebía la música no como un entretenimiento, sino una vía de purificación de los pensamientos propios.  Un discípulo k’in dijo una vez:  “Podemos imaginar que el cuerpo del músico está en una galería o en una sala, pero su mente mora entre los bosques y los ríos”.

 

Pero no pretendo dar ninguna clase de historia… ¿para qué? ¿serviría de algo recordar que la génesis de La Música en cualquier cultura, viene generada por un contacto místico? Por una necesidad enigmática, por la búsqueda de la belleza, por el encuentro con lo sobrenatural, por el contacto con nuestro interior, por el contacto con nuestros semejantes, por la exploración con lo extra-sensorial, por el abrazo con la emoción, porque a través del poder que ejerce sobre cualquier ser vivo conocido, nos conecta con nuestra condición humana…

 

¿En qué se ha convertido la relación de los “practicantes musicales” con La Música?.

Paseo por la avenida turística de este país pervertido y sólo encuentro, sólo escucho, practicantes con ansia de poder. Que vomitan su “música” como balas sin dirección, una melodía incesante que clama, que ruega “¡miradme, idolatradme, aprobadme, dadme, compradme, compradme, compradme!. Porque en esta avenida, los transeúntes están rodeados de flechas luminosas que prometen una vida mejor. Sigue la flecha, como quien sigue el ejemplo. Me rodean centenares de seres que me piden que les idolatre. Me auguran la liberación de la frustración, pero no me explican qué la ha generado. Esta avenida es una violación pública consentida.

 

Algún conocimiento extra sobre la influencia de La Música en la historia, me desvela, que aquellos que al largo de los años han explorado, difundido y ejercido su verdadera naturaleza, han sido perseguidos o ridiculizados. Y que en su mayoría, fueron acusados de practicar ocultismo o generar ideas enfrentadas con la Inquisición, la Iglesia, las modas, las buenas costumbres, las correctas apariencias. Lo que es lo mismo: la Industria, el consumismo, la publicidad, la compra de felicidad efímera. Dictadores del siglo XXI sin placa en la puerta.

 

A veces, el éxito en la música, viene acompañado de un éxito mediático, no es incompatible. Otras veces, no. El éxito del que hablo, es simplemente, crear una relación honesta con uno mismo, conectar con la música hacia adentro, para uno, con uno, a través de uno. Desde ahí, irrevocablemente, llega afuera sin malgastar esfuerzos.

 

Pienso abandonar esta avenida pronto, cuando acaben mis contratos, que firmé demasiado pronto. Volveré a aquel callejón, donde sentí con terror, como caía en el vacío de lo desconocido, donde mi cuerpo no era más que una mota volátil vapuleada por el capricho de La Música y su antojo indescriptible. ¿Terror?, sólo al principio, ahora, simplemente ya sé. Un poco más.

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